El próximo jueves 30 de enero, miles de escolares, repartidos por todos los centros del Estado, van a celebrar múltiples actividades con motivo del Día Escolar de la No Violencia y la Paz. Rememorando el fallecimiento de Mahatma Gandhi, líder pacifista que defendió y promovió la no violencia y la resistencia pacífica frente a la injusticia. Una celebración que fue instaurada en 1964 por el poeta mallorquín Llorenç Vidal, para recordar, al menos una vez al año, que los centros educativos son, y si no lo son, pueden llegar a serlo, espacios clave para la construcción de la paz.
La educación para la paz es un contenido transversal que se trabaja en las aulas de nuestros centros educativos a diario. Así lo recogen las disposiciones de la ONU, desde la creación de la UNESCO en 1945, o las leyes españolas como la de “Fomento de la Educación de la Cultura de la Paz” de 2005 o la LOMLOE, la ley orgánica de Educación vigente, en la línea que lo hacían sus antecesores textos legales, recogiendo como principios y contenidos transversales de la Educación, la educación para la paz y la no violencia, la educación en derechos humanos, o la educación para la convivencia, el respeto, la prevención de conflictos y la resolución pacífica de los mismos, así como para la no violencia en todos los ámbitos de la vida personal, familiar y social, o el rechazo a la guerra.
Frente a estas hermosas ideas, el año 2025 comienza con pocas expectativas para el optimismo, cuando los ecos del Genocidio de Gaza no se han apagado y la guerra en Ucrania sigue escalando, los mensajes de odio, el racismo, el autoritarismo, la negación del diferente, cobran auge, incluso impulsados desde el Gobierno de la primera potencia del Mundo. El gasto militar mundial alcanzó los 2,44 billones de dólares en 2023. Mientras que en España, desde 2019 ha aumentado un 62,4%, llegando a 15.000 millones de euros en ese año. El militarismo, la carrera de armamentos, es alentada por muchos líderes europeos, en un momento en el que el riesgo de una confrontación a gran escala, incluso con armas nucleares, es una amenaza real. Pero el gasto en armamento, además de suponer un riesgo para la seguridad y acercarnos a la confrontación, es en sí mismo un enorme crimen contra la humanidad. Los ingentes recursos, absurdamente dedicados a la producción de estos sofisticados instrumentos de muerte, detraen de los presupuestos públicos los fondos necesarios para mejorar nuestra Educación pública, nuestro sistema sanitario, la Dependencia, o hacer frente a los graves problemas que el Mundo en su conjunto debe afrontar, entre ellos la emergencia climática y la brecha de la desigualdad que no cesa de crecer.
La Educación para la Paz, el diálogo, el respeto a los Derechos Humanos, son elementos que deben traspasar los muros de las escuelas y colonizar las conciencias de una mayoría ciudadana que no se debe dejar embaucar por supuestas amenazas de enemigos inexistentes. Y de la misma forma que hacemos una llamada al profesorado a seguir trabajando en los centros escolares la comprensión internacional, contrarrestando la idea del enemigo, fomentando la solidaridad, inculcando el convencimiento de que las naciones han de cooperar con las organizaciones internacionales y, sobre todo, viviendo en los centros escolares los principios de la democracia, la libertad y la igualdad, llamamos a la ciudadanía a rechazar los discursos de odio, el militarismo y la violencia. Y alentarles, para que exijan a los gobiernos el cumplimiento de la legalidad internacional, bajo los principios de cooperación, diálogo y respeto. Trabajando para que el conjunto de los Derechos Humanos puedan extenderse a todas y todos los habitantes de nuestro mundo. Poniendo en marcha iniciativas de diálogo que paralicen de forma inmediata los conflictos armados. Llevando a los Tribunales Internacionales a los criminales de guerra, e implementando acciones decididas y recursos económicos para alcanzar los Objetivos del Planeta y afrontar los problemas climáticos y de desigualdad -origen de la mayoría de los conflictos-, de forma decidida.